Juana, una vivaz niña de 8 años, llega de la escuela muy emocionada a contarle a su abuela que en el acto patrio que se está preparando, ella tendrá que actuar personificando nada menos que al general San Martín. Ante la curiosidad de su abuela al respecto de por qué interpretará el papel de un hombre, Juana le explica que a todos sus compañeros varones les da vergüenza actuar, así que acordaron que sólo lo harán ellas mientras que los chicos se dedicarán a escribir el libreto de la obra; o –como dice Juana- los varones escribirán la historia.

Cuando le pide a su abuela que la ayude a preparar su vestuario para el acto, cae en la cuenta de que aparentemente todos los personajes heroicos y próceres de la época de la independencia son hombres. Juana se pregunta dónde estaban las mujeres en aquel entonces, qué hacían. Su abuela le cuenta que, si bien estaban relegadas de muchos espacios sociales, hubo muchas mujeres que participaron de diferentes maneras en la lucha revolucionaria y que hicieron actos tan heroicos como los de los hombres a lo largo de la historia. Pero que no siempre han sido justamente recordadas porque, entre otras cosas, la Historia depende mucho de quién la escribe.

Juana decide entonces que es ella quien va a escribir la historia para el acto escolar, desde su punto de vista: el de las chicas. Con este pretexto y con la ayuda de su memoriosa abuela, empiezan un juego imaginativo en el cual los sucesos históricos conocidos tradicionalmente, son recreados desde la mirada inocente y perspicaz de ambas, utilizando como recursos escénicos los objetos cotidianos que tienen a disposición, desde el juego de té de la abuela hasta los útiles escolares de Juana, libros, paraguas, luces y sombras.

Así recorren momentos destacados desde la Revolución de Mayo hasta la declaración de la Independencia y el cruce de los Andes, contando además las sorprendentes historias de mujeres que la Historia usualmente pasa por alto. Se convierten en damas antiguas en una tertulia, en Remedios de Escalada –esposa del general San Martín-, Catalina Echevarría, quien cosiera la bandera para Manuel Belgrano, Pascuala Meneses –que se incorporó disfrazada de hombre al Ejército de los Andes- o la mismísima Juana Azurduy.